Resulta doloroso ver cómo se agrede sin causa y sin razón a Verónika Mendoza

Con profunda preocupación, muchos cusqueños hemos visto cómo, en los últimos días, desde todos los flancos le han disparado a la mala a la excongresista Verónika Mendoza. La razón de las atroces arremetidas contra la lideresa de Nuevo Perú ha sido su activa participación en la marcha de la dignidad del viernes último.

Fue suficiente que la Vero apareciera en la movilización para que varios sectores de la prensa y de las dirigencias sociales y políticas, se ensañaran con ella. Y seguramente, si Verónika, estando en Cusco, no hubiera participado en la marcha, igual le habrían dado con palo, reprochándole su ausencia. Parece que todo pretexto es válido para agredirla a mansalva.

Con Verónika Mendoza compartimos, además de la indignación por el repugnante manejo que se hace del poder, una imbatible ingenuidad política: somos muy confiados. Actuamos de buena fe y apostamos por quienes juran que van a luchar contra la corrupción y van a defender al pueblo.

Ya nos pasó en 1990 cuando un sector de la izquierda, específicamente la llamada “izquierda socialista”, de la cual el petete Dávila era dirigente, apoyó a Fujimori cuando éste enfrentó electoralmente a Vargas Llosa.
Y repetimos el garrafal error cuando los de la izquierda apoyamos a Toledo, creyendo que iba a gobernar en favor del pueblo e iba a poner tras las rejas a los pericotes que saquearon el país entre 1990 y el año 2000.

Y volvimos a equivocarnos cuando apoyamos a Ollanta Humala, creyendo en su discurso de la gran transformación.
De esas ingenuidades o “inocentadas políticas” nos pueden acusar a muchos izquierdistas, entre ellos a Verónika Mendoza. Pero no nos pueden acusar de ladrones ni de asesinos.

Por eso, resulta doloroso ver cómo se agrede sin causa y sin razón, a quienes tienen el coraje de poner la cara y salir a las calles con los puños cerrados, para exigir el fin de esta forma nauseabunda de gobernar y de hacer política, como hacen el presidente y su socio recientemente liberado.

Escribe: Alberto García Campana

Foto. Adriana Peralta