5 de abril
sábado, 2 abril, 2016A las 9 de la noche del domingo 5 de abril de 1992, un tembloroso Alberto Fujimori leía el mensaje a la nación que había escrito su asesor político, Vladimiro Montesinos. En ese preciso instante, se consumó el asesinato de la patria.
Sus principales instituciones fueron demolidas y se instauraron el robo y el asesinato como políticas de gobierno. En los ocho años siguientes, la banda encabezada por el súbdito japonés perpetró el más grande latrocinio de que se tenga memoria, y los sicarios del llamado Grupo Colina asesinaron a miles de personas, principalmente campesinos, obreros y estudiantes, en una competencia sangrienta con Sendero Luminoso y el MRTA, para ver quién mataba más.
Han pasado 24 años desde entonces, pero las heridas dejadas por el régimen fujimorista siguen abiertas. Cientos de viudas lloran a sus esposos asesinados, los hijos preguntan por sus padres secuestrados y ejecutados. Los trabajadores que fueron despedidos a mansalva viven de la caridad pública. Los que creen que robar es una virtud, dicen que Fujimori derrotó al terrorismo.
No es verdad. Fueron las rondas campesinas las que expulsaron a Sendero Luminoso del campo, y cuando los subversivos llegaron a Lima, huyendo de los pueblos de la sierra y la selva, fueron atrapados por las fuerzas armadas y por la policía. ¿Dónde estuvo Fujimori cuando fue capturado Abimael Guzmán? Estaba pescando en un río de la selva junto con su hijo Kenji, resguardado por decenas de soldados y policías.
Ya pues, dejémonos de engaños: Fujimori no derrotó al terrorismo; fueron los policías y los soldados quienes acabaron con ese flagelo. El 5 de abril de 1992 empezó la etapa más dolorosa de la historia peruana, y una forma de evitar que otra vez se produzca el secuestro de la patria, es mantener vivas las imágenes de la tragedia, y recordar los rostros de los secuestradores.
Por eso, el martes 5 de abril saldremos a las calles, para ratificar que los cusqueños no olvidamos la desgracia que nos causaron Fujimori y su familia, y para lanzar a viva voz nuestro compromiso de construir una sociedad nueva, con respeto a los derechos humanos y por el derecho que tenemos de vivir en paz y con felicidad.
Escribe: Alberto García Campana.