Dolor y Reflexión
lunes, 15 mayo, 2017En la madrugada del 18 de mayo de 1980, una carga de dinamita explotó en el local del Jurado Electoral del distrito ayacuchano de Chuschi. Desde entonces, han pasado ya 38 años, pero el dolor por la ausencia de más de 70 mil peruanos, víctimas de la violencia, en lugar de amainar se acrecienta.
Porque aquí, en el Cusco, no solamente fueron asesinados destacados líderes sociales como el entonces regidor y docente universitario Iván Pérez Ruibal, los dirigentes estudiantiles Guyen Hilares y Walter Huayllani o el gerente de Electro Perú, Mario Arce Chevarría, sino también centenares de policías, de campesinos, de obreros, de profesores, comerciantes y, en fin, de personas que poco o nada tuvieron que ver con las causas y los orígenes del conflicto.
Los tres policías acribillados en la estación de la entonces empresa ENAFER PERÚ en Wanchaq, los ancianos, jóvenes y niños destrozados a golpes en el poblado convenciano de Lucmahuaycco, constituyen, entre otras, las evidencias dolorosas de la guerra que vivió el país durante más de 20 años.
Recordamos con dolor, pero eso no basta. Hay que asumir con firmeza el compromiso de erradicar la violencia, cualquiera sea su signo y cualquiera sea su propósito.
Hace 37 años, Sendero Luminoso le declaró la guerra al Perú. La respuesta del Estado fue entonces, igualmente brutal y sangrienta. Tan injusta fue la muerte de las familias dinamitadas en la calle Tarata como la de los estudiantes de la Universidad La Cantuta secuestrados, torturados y finalmente asesinados. Tan injusta fue la muerte de los Húsares de Junín volados por el aire después de un desfile militar, como la de los vendedores ambulantes fusilados sin piedad en una quinta de Barrios Altos.
El jueves 18 de mayo, se cumplirán 37 años del inicio de la lucha armada en el Perú. Se recuerda con dolor, y se asume con firmeza: ¡nunca más!.
Escribe: Alberto García Campana