San Valentín
martes, 13 febrero, 2018
Cuenta la leyenda, que en tiempos antiguos se celebraba en Roma una fiesta pagana dedicada a la fertilidad. Esa fiesta se llamaba Lupercalia, y en su celebración, las mujeres eran golpeadas con látigos hechos con piel de cabras y de perros. Antes de descargar los azotes en el cuerpo de las mujeres, los látigos se mojaban con la sangre de esos animales.
Se creía, entonces, que ese ritual aseguraba fertilidad a las mujeres. Habría sido tan cruel esa costumbre, que el papa Gelasio I la prohibió hacia el año 496 dC e instauró en su lugar el 14 de febrero como el Día de los Enamorados, en homenaje a San Valentín.
Me permito compartir este dato, aún a sabiendas que casi a todos les importa un comino saber de la Lupercalia o de San Valentín, pues al único Valentín bueno que conocemos es a Paniagua, el honesto político que asumió la presidencia del Perú cuando el ladrón huyó a su país, Japón.
Parece, también, que San Valentín es un buen pretexto para engordar las cuentas de los centros comerciales, de las tiendas, de todos los establecimientos que hablan de San Valentín sin saber quién era este buen hombre. Y sin saber tampoco si existió o no en la vida real.
Y en víspera del Día de los enamorados, un criminal mató a su pareja, de solo 19 años en Lima.
Y seguramente en las próximas horas otras mujeres serán asesinadas en nombre del amor. Y los periodistas hablarán de crímenes “pasionales”. O sea, la pasión regada de sangre.
Y si hay por aquí personas que aún piensan que el amor es respeto, es consideración, es reciprocidad, es caminar tomados de la mano enfrentando los mismos peligros y abrazando las mismas esperanzas, pues para ellas un fuerte abrazo, aunque sea sin regalos, aunque sea sin flores.
Por: Alberto García Campana