Algo debe cambiar
martes, 21 octubre, 2014
El pasado domingo recibimos los cusqueños una triste noticia, un integrante de la banda de músicos de la Policía Nacional del Perú, joven de 24 años de edad, se quitó la vida con un disparo en la boca utilizando su propia arma de fuego. El hecho ocurrió en un parque de la ciudad.
La definición de suicido se limita al acto por el que un individuo, deliberadamente, se provoca la muerte. Según la Organización Mundial de la Salud, las enfermedades mentales, principalmente la depresión y los trastornos por consumo de alcohol, el abuso de sustancias, la violencia, las sensaciones de pérdida y diversos entornos culturales y sociales; constituyen importantes factores de riesgo de suicidio. La misma fuente (Wikipedia) estima que las dos terceras partes de quienes se quitan la vida sufren depresión.
Más allá de las escalofriantes cifras que van en aumento y las causas que originan la fatal decisión de acabar con la vida de uno mismo, nos debe llamar a reflexión el rol que cumplimos como vecinos, compañeros de trabajo, amigos y familiares.
No concibo la idea de que una persona que está sumida en la más profunda depresión y que está a punto de acabar con su vida, no tenga contacto con alguna persona que pueda brindarle una sonrisa, un saludo afectuoso, unas palabras de aliento. Seguramente muchos dirán: vaya uno a saber si mi compañero de trabajo, de estudios o mi casero tiene esos problemas; uno no es brujo para saber los problemas de otros, con las justas tenemos aliento y energía para afrontar nuestros problemas.
Ese precisamente es el punto, vivimos en un mundo individualista, egoísta, donde lo único que importa es nosotros, nuestros problemas, nuestros intereses, nuestro bienestar. Andamos ensimismados con nuestras preocupaciones de lo que pasó y pasará en el futuro y somos incapaces de regalar una sonrisa, responder un saludo de manera cordial, de preguntarle al compañero de trabajo como se siente, cómo afronta la separación con su pareja o la deuda difícil de pagar que tiene.
A tanto llega nuestra incapacidad de percibir el problema de otra persona que ni las instituciones ni empresas las perciben e identifican entre sus trabajadores, pese a que dentro de sus políticas en la mayoría se ellas, se promueve la cultura de paz, el trabajo en armonía, priorizando y velando por el bienestar de sus hoy llamados colaboradores.
Las oficinas de personal y recursos humanos no solo deben cerciorarse que el trabajador esté puntual y cumpla con todas sus obligaciones laborales, sino también identificar sus problemas, atender su salud mental con el especialista del área de psicología.
Frente a estos niveles de indiferencia alarmantes, algo debe cambiar en nuestra actitud y comportamiento. Dentro de nuestras instituciones, centros de trabajo, barrios, escuelas, tratemos o intentemos ser seres humanos sensibles, amables, respetuosos, llenos de afecto y cariño, listos para compartir con las personas que nos rodean.
No seamos indiferentes, seamos comprometidos y apoyemos a quienes necesitan de nosotros. Una palabra de aliento y una expresión de afecto puede hacer retroceder los síntomas depresivos de una persona.
Yessica Rosario Bazalar Sequeiros