La tumba del poeta
viernes, 2 septiembre, 2016Por: Pavel H. Valer Bellota
La tumba de Raul Brozovich en el cementerio de La Almudena siempre tiene flores, canciones, letras de poetas populares, corazones sutiles ingrávidos, testimonios dibujados de su camino. Esta tarde me di cuenta que tiene también un maltrecho papelito firmado por algún funcionario: “nicho para desalojar”. La falta de pago del alquiler de su sepultura amenaza con echar sus huesos a una fosa común en no se sabe dónde.
Raul Brozovich Mendoza (1928-2006), formidable poeta cusqueño, escribió preciosos versos que con el tiempo son cada vez más apreciados en la escena nacional. Fue parte de la generación de los 50, de esa época en la que las narrativas tradicionales –oficiales– gobernaban la descripción de la realidad y en la que si alguien se desviaba de esos relatos corría el riesgo de ser tachado, insultado y descreído. Pero él, contestatario, revolucionario, bohemio y sin compromisos con nada que no fuera la belleza de la realidad misma, y la justicia sublime de la palabra, hizo de su poesía una especie de discurso postmoderno.
Sus poemas son verdaderos compromisos con la crítica, con la oposición a las inequidades, con el amor a los desvalidos y el llamado a estos a sublevarse –no importa si solo en el centro de su propio corazón– contra las condiciones a las que el sistema social los ha condenado. Su obra hecha desde el Qosqo es, sin duda, una de las más altas contribuciones a la literatura peruana contemporánea.
Los contenidos de su arengas son una especie de nuevos manifiestos a favor de la libertad, de la alegría del compromiso con la revolución sin banderas: “Nosotros ingenieros del alma somos una/ Fábrica de sueños, / Energía – una locomotora del entusiasmo, nosotros / Queremos que la novia – poesía,/ sea algo así/ como un manifiesto saludable, repartida como el polen…/ hacia los 8 vientos de la patria”.
Raul Brozovich le echaba tomates a la muerte, y hoy ésta, en complicidad con la ignorancia de algún aquelarre de burócratas, quiere vengarse de esas afrentas cubriendo sus huesos con el polvo del país del olvido, de la incultura y de la insensibilidad. ¿Logrará triunfar esa maldita? No si los cusqueños logramos evitarlo. Llamemos a levantarse a todos y a todas, a empuñar el grito de las artes, a que la belleza le gane la partida a la extinción de la vida.
Es increíble que por falta de algunas monedas, el gran poeta Raúl Brozovich esté a punto de ser desalojado de su tumba. ¡Quien tiene sus obras, sus pinturas, quien ostenta sus derechos de autor, quien oculta sus poemas inéditos esperando que suban de precio, quien se quedó con su casa?
Varias instituciones, entre ellas la Municipalidad del Cusco, la Sociedad de Beneficencia Pública, la Dirección Desconcentrada de Cultura, la UNSAAC, deberían preocuparse del tremendo escándalo que seria que la tumba del poeta fuera desalojada. Deberían comprarle un terreno o nicho perpetuo.
Hace algunos años un grupo de intelectuales, a decir de Julio Gutiérrez, propuso construir un «Panteón» para albergar los restos de los cusqueños notables, la Beneficencia tomó la idea pero algún personaje la tergiversó y se hizo una sala museo para mostrar las costumbres mortuorias tradicionales, y otra sala con retratos e infografías sobre un grupo reducido de personajes cusqueños. La idea era reunir en un sólo recinto a esos personajes, para que nunca pase lo que está ocurriendo con Raúl Brozovich. Así han desaparecido los restos de grandes cusqueños y cusqueñas, creadores, líderes, maestros, etc. Por desgracia el Cusco sigue siendo «madre amantísima de hijos ajenos y cruel madrastra de los suyos propios».
Si el poeta se queda sin tumba podremos decir que el Cusco es una ciudad en la que finalmente gobierna lo más profundo de la oscuridad. Todos nuestros artistas se convertirán en peregrinos y morirán lejos del hogar. De nada servirá ya rezar cuando los jilgueros no puedan cantar.